Viajen, viajen, viajen...

Amanecimos en Austria, en un vecindario residencial, en las afueras de Salzburgo. Wals se llama, y es uno de esos barrios en los que te gustaría vivir hasta aburrirte de lo perfecto que es.

El día, como la mayoría hasta ahora, estaba algo planeado y otro tanto habría que improvisar.

A las pocas horas estábamos en Alemania, embarcándonos en un barco eléctrico, los únicos permitidos para cruzar el lago Konigsee, con tal de preservar ese Parque Nacional. El objetivo era llegar al Obersee, el lago con agua más pura de todo Alemania, rodeado de montañas de 2700 metros y alimentado por la cascada más alta del país. Sí, es tan increíble como lo intenta la descripción.


Hasta ahí ya alcanzaba pero fuimos por un poco más. Hay muchas versiones sobre el "Eagle Nest". Demasiadas vergüenzas que ocultar. En su momento elegí quedarme con una algo inocente pero épica: cuando Band of Brothers muestra a la compañía Easy llegando a ocuparlo en plena reconquista de Europa. Y al verlo supe que algún día conocería ese lugar, que hoy sirve para recordar que no hay peor hijo de puta que el que se cree superior a los demás. Pocas referencias históricas, no hacen falta, hoy es un símbolo de conquista para "los aliados" y una atracción para todo el resto por sus vistas imponentes.


A algo más de 1800 metros, empezó a nevar. En este mismo día que aún no terminaba, y sin planearlo, hija conoció la nieve. :)

Ahora sí, suficiente... No. Vamos por un poquito más, que hay que volver a Austria, que el atardecer en Salzburgo y que algo hay que cenar. Las callecitas increíbles, las bicicletas ganándole a los autos, la gente sonriendo, el cielo naranja y a meternos en alguno de esos lugares bien locales. Cerveza y goulash, por enésima vez en el viaje, para cerrar tremendo día. Brindis con las mías, y ahora sí, no podía haber mucho más... Pero resulta que coincidimos en el restaurante con un coro noruego, y alguno creerá que estas cosas son casualidad, pero nunca lo son. Inspirados por la tierra de Mozart, y probablemente el exceso de cerveza, uno empezó a tararear, otro lo acompañó, uno se paró a cantar, otro lo siguió y de repente eran veinte, treinta, en medio de un restaurante cantando no sé qué mágica canción noruega... Risas, aplausos, bravo y no sé qué más. Y hasta nos preguntaron a nosotros si queríamos una más. Claro, cómo no, si la tenía que agarrar a hija que con sonrisa de oreja a oreja, trataba de seguirlos parada en la silla.



Ahora sí, vamos a descansar que mañana tenemos que tratar de tener un día aún mejor.

Viajen. Hagan lo posible por viajar. Y tengan días que les den ganas de contar. Por eso este post, el día lo merecía.
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