Quizá es pudor, casi como si una prestigiosa Universidad no pudiera andar por ahí vendiéndose y tentando gente. Porque es cierto: si una Casa de Estudios tiene que salir a buscar prospectos, indirectamente está diciendo que no la han elegido los suficientes. Y a veces, hasta le juega a favor que las vacantes estén colmadas o sus exámenes de ingreso sean temidamente famosos. Le da reputación.
Es verdad, las Universidades no deberían hacer publicidad. Pero sí pueden contar historias, construir sus credenciales, recordar quienes pasaron por sus aulas.
La semana pasada la Universidad Católica de Argentina lanzó un tímido comunicado para saludar a sus graduados que asumían cargos en el nuevo gobierno... Metió un presidente, cinco ministros, una gobernadora, y varios secretarios, entre otros cargos importantes, pero no pudo (o no quiso) contar una buena historia sobre lo que eso significa para ellos y sus futuros estudiantes.
Esos títulos universitarios, y ahora cargos públicos, valen más que cualquier cartel de vía pública, que cualquier folletería, que cualquier campaña publicitaria.
Y mientras pensaba en eso, me crucé con la campaña de la Western Sydney University, una universidad australiana, relativamente joven y lejos de estar entre las más importantes del mundo (ni de Australia), pero encontró al menos tres historias de graduados suyos que vale la pena contar...
Si una Universidad quiere atraer estudiantes, debe contarles qué lograron sus graduados; y si no tiene ninguna buena historia para contar, su problema es otro. Así continuará girando en su espiral vicioso: sus habituales campañas no atraerán nunca a aquellos estudiantes que luego se conviertan en una historia digna de ser contada...
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