Para arrancar la semana (CXXXIII)

Amo los deportes. Casi todos. Jugarlos, verlos, y hasta discutirlos.

Ponerme una camiseta, sentirme parte. Porque todos ellos te enfrentan a un rival; y distinguen, con ferocidad, el triunfo de la derrota. Y necesariamente, hay que estar de un lado o del otro.

Está bien que se brinde en la victoria; e incluso, también lo está que se sufra en los fracasos. Son las reglas del juego. Tácitas en este caso pero reglas al fin.

Lo aprendí hace mucho, lo entendí hace poco. Por eso bendigo que mi abuelo, con su carnet de jugador en mano, me haya explicado lo que significa ser hincha de un equipo de fútbol. Pero también le agradezco a mi viejo que, raqueta de por medio, me haya explicado por qué en el tenis, aún cuando valen lo mismo, sólo se festejan los aciertos de uno y no los errores del otro.

No hay mayor mediocridad que celebrar la desgracia ajena.

Aunque quizá soy injusto: ¿lo necesitarán quienes no tienen suficientes méritos propios? Porque no entiendo al que se mofa de la desgracia de otro habiéndola vivido hace nada más que un año y medio. Tampoco al que el año pasado, noqueado, imploraba por un milagro pero ahora se ríe del que está en la lona. Menos al que en los últimos cincuenta años dio sólo dos vueltas olímpicas y hoy disfruta como si estuviese dando otra.

Hemos descendido como hinchas. Somos cómplices de la mediocridad que criticamos.

Y no caigo en el consuelo materno que nos quiere convencer que esto es nada más que fútbol. No, señor. Soy socio y abonado, porque mi abuelo me enseñó que había que ser parte. Y con esa omnipotencia del Club con el que había ganado todo, un día me fui a la B. Y lloré. Un mes sin hablar de fútbol. Una mancha imborrable. Pero tan indeleble como la historia que llevamos a cuesta. Y otro aprendizaje: al momento de sufrir mirar sólo a los propios; y al momento de festejar, también.

Alegrarse con el fracaso ajeno es una muestra de pequeñez; incluso si es el de aquellos que disfrutaron el de uno. Porque la grandeza se construye sólo con victorias propias.

(Foto de Emiliano Lasalvia @elasalvia, tomada de Diario de Fotos)


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3 comentarios

  1. No soy de dejar comentarios en el blog (malo lo mio...), en general estoy de acuerdo con los post. Pero este me planteo un interesante contrapunto.

    El esfuerzo, la dedicación y el trabajo no se negocian, dijo alguien alguna vez. Y creo que es así. El deporte es eso que nos plantea superación a diario.

    Pero creo que cambian algunas variables cuando se mezcla la pasión.
    La historia nos hizo grandes, pero ¿Hay que revalidar los títulos?

    Creo que los años de ir a la cancha a ver a mi equipo, me radicalizó en algunas cosas. Para bien y para mal. Y en general eso no va a cambiar, gracias a Dios. Seguir a un equipo, gastar energía (entre otras cosas) te hace ser parte.

    Y acá llego a un pequeño orden de prioridades:
    1 - Quiero que mi equipo gane. Siempre. Sin importar como afecta a los demás.
    2 - Quiero que el equipo contrario (el que siempre "odié", el clásico, no el rival eventual) pierda. Siempre. Sin importar como afecta al mío.

    Esto no lo puedo cambiar.

    Por lo tanto "disfruto" de la derrota de ellos.
    Por mi que pierdan 145 a 0.
    Pero primero y mucho mas, disfruto que mi equipo gane, siempre.

    Un abrazo, Bata.

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  2. Gracias Fer. Y antes que nada, me agarro de tu primer línea: ojalá comentes más seguido.

    Entiendo tus prioridades pero insisto: la diferencia grande está en creer que la derrota ajena es una victoria propia.

    Un abrazo.

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  3. Nunca voy a creer que "esa" derrota es mi triunfo.
    Saludos!

    Volveré a comentar solo si el autor publica mas seguido(?).

    Je!

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