Pero el diario La Nación puso a tocar, en hora pico, al primer violín del Teatro Colón y de la Filarmónica de Buenos Aires, Pablo Saraví, en la estación Carlos Pellegrini del subte de Buenos Aires. Gran trabajo de @Diego_Granda, basado en uno similar del Washington Post pero, los resultados locales sorprenden aún más.
Pongamos parámetros, contexto. Hay al menos dos aspectos sobre los que reflexionar.
El primero tiene que ver con la audiencia: ¿cuánta gente hace alarde por ir al Colón? ¿Cuánto paga por hacerlo? ¿Qué significa conseguir una entrada para poder escuchar a un músico de este calibre? ¿Importa la música que toca o el lugar que lo hace?
Se estima que, durante esa media hora, pesaron dos mil personas por delante de él. Sólo doce se frenaron a escucharlo. O sea, el 99,4% lo ignoró. Menos mal que en el 0,6% restante aparecieron un músico que lo reconoció, una niña que le pidió un violín a la madre, y alguien que le solicitó el número de teléfono para tomar clases.
La segunda reflexión es sobre los artistas. En media hora y aún en el contexto mencionado, recaudó 76,25 pesos. En una proyección bastante lineal e injusta, podríamos estimar que recaudaría mensualmente $ 24.000. Y según el artículo de La Nación un músico profesional en cualquiera de las tres orquestas más importante del país gana la mitad. O sea, aún en la completa indiferencia este artista de subte potencialmente recauda más que un concertista del mismo nivel en un ámbito profesional.
Es decir, siendo muy simplistas: para el espectador es significativamente más barato escucharlo en el subte que en el Colón; y para el artista es notoriamente más conveniente tocar en el transporte público que en un teatro. Claramente, hay algo que no está bien.
Esta lección ya nos la enseño la revista Orsai eliminando a los intermediarios; pero todavía no la aprendimos. Este ejemplo ya nos los dieron los que dejan que el precio lo ponga el consumidor; pero todavía no lo aplicamos. Y por estas cosas es que Internet destrozó el modelo de PxQ que estudiamos en la Universidad.
Una vez más, desde acá, pregonamos los contenidos al alcance de todos.
La palabra "democratización", lamentablemente, está bastardeada. Tanto usarla con fines demagógicos, perdió credibilidad. Pero la idea es que más creadores tengan la posibilidad de llegar; y que más audiencia cuente con medios para conocerlos. Y que el precio esté cada vez más ligado a lo que el consumidor realmente esté dispuesto a pagar.
Entiendo tu punto, pero te hago un par de salvedades: los músicos de una orquesta no tienen un trabajo de "40 horas semanales". El concertino de la filarmónica gana, ponele, 12.000 pesos al mes, pero eso es por x cantidad de horas de ensayo (que no son todos los días) y x cantidad de conciertos. Es les permite tener, como el caso de Saraví, más de un trabajo. Si es concertino en el Colón y en la Filarmónica cobra dos sueldos (con lo que llegaría a esos 24.000 pesos que vos decís) sin completar una semana laboral de 40 horas. Además, todos los músicos de los llamados "académicos" tienen otros trabajos free lance (por ejemplo, Pablo Saraví es también el concertino de la Orquesta de Cámara de la Asociación Argentina de Cultura, con quienes canté la semana pasada, o tocan en casamientos o lo que sea) que les permiten superar con creces lo que juntarían en el subte.
ResponderEliminarEn definitiva, en este caso puntual (lo que no invalida tu punto, por supuesto), el trabajo fijo les permite un mínimo económico, pero al no tener dedicación exclusiva, ese mínimo suele ser superado.
Buen aporte. Gracias por la información. Por esto también me atajé diciendo que la conclusión era lineal y simplista.
ResponderEliminarDe todas maneras, es conceptual. Creo que, "pagando menos" habría "mucha más gente" dispuesto a escucharlo, y hasta podría ser más provechoso para el artista. Sobretodo para los que no llegan a ser Saraví.
Pero se entiende el punto, es válido, y el planteo del post es bastante teórico. Pero ya hay buenos ejemplos que lo están haciendo práctico.